NUNCA AMIGAS 

Conocí a Nora Ham el primer día que entré a la primaria, y desde entonces ninguna de las dos simpatizamos:  ella me consideraba flaca y yo la veía muy gorda; ella le contaba a todo mundo que yo era muy burra y yo cada que podía le decía que era una mensa. Y, sin embargo, a pesar del poco aprecio que sentíamos la una por la otra, pasamos juntas primaria y secundaria. Nora Ham no era ninguna lumbrera en clase, pero su autoestima la hacía sentirse inteligentísima, lo que la hacía parecer ante los ojos de muchas de las alumnas de clase como una petulante, Nora era presumidísima, se jactaba de ser muy aplicada, de tener piernas muy bonitas y, además, de ser la novia de Batman. A mí me  caía muy mal, sobre todo porque en aquella época, yo no sentía ningún aprecio por los superhéroes; me inclinaba, entonces, a creer que mi futuro  sentimental estaba ligado con el de algún pirata. 

A pesar de que la relación entre Nora y yo siempre estuvo muy cercana al odio, mi  mamá y la mamá de Nora se apreciaban muchísimo y procuraban de mil maneras fomentar la amistad entre Nora y yo. Entonces comenzamos a vernos más seguido. La familia Ham iba a visitarnos a mi casa y mi familia me llevaba a comer bísquets al restaurante de los papás de Nora.  

Cuando Nora se enteró de que un antepasado mío había sido árabe, y yo tuve la certeza de que su familia era china, ahí comenzaron los racismos:  ella me decía “Harbana, te vendu rupa en abunus” y a mí me daba mucho coraje, lo más que se me ocurría decirle era “chinita más aloz”.   Reconozco que para el insulto Nora era más eficaz que yo. 

Nora asistió a muchas de mis fiestas de cumpleaños; mi mamá siempre se encargaba de invitarla. Nora era bastante exhibicionista, pero ella se consideraba polifacética:   recitaba, cantaba y tocaba una mandolina. Cada que había fiesta ella era el espectáculo. A la ingenua de mi abuelita se le ocurría proponer: “¿Por qué no cantas algo Nora?” Y Nora comenzaba a cantar canciones en chino que su abuelo le enseñaba, pero que ella no sabía lo que querían decir. A mí sus interpretaciones me parecían maullidos de gato. 

Nora fue reina de primavera en una época en la que a mí estuvieron a punto de expulsarme de la escuela.   Le pusieron un vestido rosa lleno de  flores, le otorgaron una caja de chocolates y la directora del plantel le regaló un diploma por ser “la niña más buena del colegio”. Mi mamá se, la pasaba haciendo comparaciones:  “Me encantaría que fueras tan buena niña como Nora”, me decía. Mi mamá y la reina de la primavera me caían gordísimas, sobre todo Nora, porque desde que la nominaron reina tomó una actitud insoportable de alteza serenísima. 

Sólo una vez Nora Ham y yo estuvimos muy cerca de la amistad; eso fue un día en que la maestra salió a una junta y todo el mundo se paró de sus asientos y comenzó a armar escándalo. En el grupo estábamos todos muy contentos hasta que, de repente, no sé cómo es que se vino un vidrio abajo y las únicas que estábamos cerca de la ventana éramos Nora y yo. A las dos nos echaron la culpa. Angustiadas, nos convertimos en cómplices; en ese momento decidimos, según nosotras, que ninguna tenía la culpa, el vidrio se había venido abajo solo. Pero, a la hora de la verdad, cuando llegó la directora ésta opinó que Nora era una niña buena, incapaz de quebrar algo y que como la más latosa del salón era yo, a mi mamá le tocaba pagar los vidrios rotos. Ese día Nora se fue sonriente y yo me quedé furiosa y sin recreo; además, estuvo a punto de darme un ataque de licantropía. 

Después de la secundaria a Nora y a mí la vida nos fue apartando.   La última vez que la vi fue hace algunos años:  había estudiado ingeniería civil y se encontraba casada y con dos hijos;  yo en ese entonces estaba haciendo trámites para divorciarme.  Me saludó, la saludé, nos tomamos un café juntas, pero eso fue todo;  aunque en el momento del encuentro comenzamos a contrapuntearnos y, por más que quisimos, la amistad entre Nora Ham y yo nunca pudo ser. Snif, snif.   

 *Rosa Carmen Ángeles, es profesora de la UNAM de México.

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